Le Noir Conillón.
El primer día que lo vio, era aún de noche en realidad, pero la luz velada de aquél baño se lo había mostrado de la manera más sinuosa que uno pueda imaginarse. Se había corrido una buena juerga con Chloé en el cuarto de su alcoba, pero tras el segundo round ella se había quedado dormida, y él algo insatisfecho. Chloé dormía estirada en el catre matrimonial cuando Mick abrió la gran ventana que daba a un patio de luces para respirar un poco de aire fresco. Desligó el cordel de la persiana y abrió la portezuela de madera. A esa hora de la madrugada el patio de luces permanecía habitualmente oscuro y en silencio. Encendió un Gauloises y fumó durante un rato apoyado en la veranda. Cuando se puso a contemplar el vacio del patio reparó en que la ventana que estaba justo enfrente suyo, y que daba al baño del piso de abajo permanecía abierta y la luz encendida. Lo siguiente que vio lo puso verdaderamente en trance. Una mujer se había sentado sobre el inodoro y comenzaba a deslizar sus bragas hacia el suelo, dejando al descubierto dos blancos muslos y una hermosa, hirsuta y negra pelambrera en el medio, que de pronto era acariciada por una mano delicada. Eso era todo lo que Mick alcanzaba a ver a través de la pequeña ventanuela de enfrente, pero de alguna manera aquél coño tan crudo con esa tupida mata negra alrededor le estaba pareciendo una iluminación, una manifestación asombrosa de natura y delicada animalidad justo enfrente del cercado domestico. Aquello era suficiente como para volverlo loco. La mano reseguía la uve de las ingles muy lentamente, haciendo bailar el dedo índice sobre algún punto con suma delicadeza y lo hacía bajar hasta el centro mismo de aquella pelambrera. Mick estaba muy impresionado por su negrura azabache, como un tizón, y por el aspecto salvaje que aquél coño presentaba. Chloé siempre iba tan rasurada como un recién nacido y su olor era bastante aséptico, el olor de algo permanentemente maquillado. Sin embargo, ese chumino de ahí abajo le parecía a Mick que siempre había permanecido en estado salvaje, que nunca había sido rasurado, pues parecía arremolinado y suave a la vez y sobretodo; profundamente negro. Le resultaba a Mick algo de lo más jugoso el contraste que producía la blancura de esos muslos llenitos y aquella hermosa mata de pelo azabache. A ratos, la mano parecía ejercer presión en mitad de aquel coño y entonces aquellas rodillas se apretaban. Mick pensó que era imposible que ella lo estuviera haciendo sin darse cuenta y entonces se puso aún más caliente. Tenía una buena erección entre las canillas y tenía a Chloé al alcance de la mano, pero le resultaba imposible contemplar esa idea, todo el espacio de su cráneo estaba lleno de ese negro conillón. Corrió hasta la cocina, pues el piso rodeaba el patio de luz y ese espacio estaba situado justo encima del baño de su vecina, y allí comenzó a dar taconazos contra el suelo, a abrir todos los grifos y a trajinar con los cacharos con tal de meter ruido para mostrarse aludido. Le fastidiaba enormemente la gran impotencia frente a la peliaguda situación y rondaba por la casa tratando de buscar alguna treta. Justo antes de enloquecer, se hartó, volvió a la habitación, se acercó y susurró en la oreja de Chloé que salía a comprar. En el rellano del piso de abajo había un gato que debía de habérsele extraviado a alguien y permanecía allí aovillado en un rincón. Mick llamó al timbre. Obturado por la llamada de la sangre no había pensado mucho en el asunto, ni siquiera se había planteado la posibilidad de que ella no hubiera actuado intencionalmente, pero eso lo descartó enseguida; a las cinco de la mañana, en aquél patio tan cerrado como un tubo, le parecía imposible que ella no se hubiera percatado de su presencia. La vecina de Mick abrió la puerta con un albornoz rosado abierto sobre la piel, y entre las dos partes de algodón volvió a encontrarse cara a cara con ese punto negro que ahora, dejaba entrever en su parte inferior el relieve de una delgada línea rosada. Mick sentía como el semen envolvía el interior de su cabeza como un caldo ardiente que lo recorría a lo largo del cuerpo y zumbaba para abajo hasta encabritar la punta de su polla, que se había hinchado y pugnaba por liberarse del calzón y asomar la cabeza. Su vecina se puso como loca cuando destapó aquello y lo agarró como quien arranca un rábano y lo atrajo hacia sí y fueron rebotando de esta manera por todas las paredes de la casa, magreándose, mordiéndose y chupándose igual que sedientos camellos. Sus cuerpos golpearon contra la tapia que cerraba el pasillo y cayeron al baño, donde Mick la tiró al suelo sobre una toalla empapada y comenzó a devorar aquél chumino peludo y jugoso hasta acabar con todo el mentón pegajoso y todo lleno de chorretones por el cuello. Sentía que todo aquél jugo estaba llegando a sus entrañas y le parecía de lo más deleitable aquél sabor y olor que le goteaba de la nariz. Ella había quedado en trance con las piernas abiertas en el aire y Mick aprovechó rápidamente para clavarle primero el glande, que estaba tan inflado y purpureo como una berenjena, y después la empujó lentamente hacia el fondo abriendo las paredes hasta topar con el final del recorrido. Entonces comenzó a bombear fuertemente y a golpear aquello que fuera que estaba allí al fondo. La chica parecía fuera de sí cuando recibía aquellos picotazos y sus ojos temblaban un poco. Mick permaneció un buen rato dándole al asunto, después la sacó de allí y se corrió sobre aquella sedosa pelambrera. Se quedó contemplando, mientras jadeaba, como el semen corría por los labios del coño y caía a lo largo de los muslos. Los dos se tumbaron mirando al techo, ella pidió a Mick un cigarrillo, y entonces oyeron un sollozo ahogado que provenía de fuera. Pusieron los ojos en la pequeña ventanuela que daba al patio de luz y allí asomada en cuclillas estaba Chloé contemplando toda la escena, envuelta en lágrimas, sollozando y con un shock importante que hacía que su pecho se hinchara y bajara espasmódicamente. Mick se sintió destrozado, y se quedó bloqueado, eso es todo. Estaba tan pasmado que no supo reaccionar cuando vio a Chloé quitarse los zapatos verdes, o cuando vio que entre lágrimas se encaramaba a la pequeña barandilla, lo miraba con una tristeza inacabable, y se arrojaba al vacío. Mick y su vecina oyeron el angustiado chillido, el golpe seco. Luego un silencio horripilante.
Mick jamás se repuso de ese mal trago. Algunos sábados, cuando salgo temprano a montar en bicicleta y atravieso la ciudad, lo veo deambular por las calles del centro. Se queda clavado en algún escaparate con la mirada tonta y así permanece durante un cuarto de hora, incluso cuando las rejas están echadas. No pongo demasiado esmero en hacer que no me vea, la verdad, el pobre diablo se ha quedado completamente mochales. No hay duda de que algo no ha quedado bien en Mick… En cuanto a mi novia, ha comprendido algunas cosas tan necesarias. Le había insinuado, antes de que se comportara de forma tan indecente aquél día, la importancia de andar con cuidado con no separarse demasiado del Tao, de cuidar eso que los hindús llaman el karma y todas esas sabidurías que suenan como una historia del Tebeo pero que vaya si tienen importancia. Ahora el boomerang ha girado la cola y ellos cargan con una enorme losa…
* Laszlo García se reserva los derechos de autor de este texto.