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Escupitajo vírico 1

En la izquierda un libro de Blaise Cendrars, en la derecha un té amargo, arriba en el cielo un puñado de gaviotas que chillan con fuerza bajo un sol tibio. Estas gaviotas graznan hoy con una fuerza inusual, del mismo modo que el resto de la natura que, tímidamente, ha empezado a asomar la cabeza por territorios desconocidos, urbanos, donde antes les estaba vedado el paso. Se avistan delfines cerca de la playa, los jabalíes rondan las periferias de las ciudades y por un par de meses el aire parece haber podido tomar aire y se permite respirar aliviado. Estas gaviotas chillonas estaban diciendo claramente; “Humanos volved a vuestras casas, el planeta puede arreglárselas sin vosotros, ¿cuándo vais a dejar de joderlo todo?”.

Las gaviotas tienen razón, nos hemos erigido como los Arios de las especies, nos creemos en la cúspide y vamos cortando cabezas, expoliando selvas, llenando los océanos de petróleo. Nos creemos muy listillos… pero me temo que la naturaleza tiene sus propias leyes, su propia forma de equilibrarse. No prestamos atención a los huracanes, a los temblores, a una ola de calor que nos pone a 40º en el mes de Mayo, aquí, en la vieja Europa, para luego bajar 20º de súbito en el mes de Junio. ¿Nadie se huele la tostada? La respuesta es rotunda: no. Somos una ristra de imbéciles y en cuanto creamos haber cercado al virus todo volverá a la asquerosa normalidad previa. Pero es una lucha que tenemos perdida, el egotismo nos conduce a ella. ¿Cómo podría la parte vencer al Todo? ¿Cómo el diminuto humano pretende ponerse en pie de guerra contra el funcionamiento de la Naturaleza, del Cosmos? Consciente o inconscientemente, es lo que estamos haciendo al seguir dando cuerda a la maquinaria que mantiene con vida a éste sistema de organización.

Nuestros queridos científicos se han tomado la molestia, mediante una serie de algoritmos, de dar una estimación total del peso del virus, célula por célula. Pues bien, han llegado a la conclusión de que el peso del virus a nivel mundial, sumando todas las células que se estima están insertas en los cuerpos y el ambiente, es de tan sólo un gramo. Un gramo de enfurruñamiento de la natura ha servido para paralizar al mundo civilizado, tan sólo un gramo de células apiladas ha bastado para desbaratar los sistemas sanitarios de medio mundo, detener las industrias, las grandes superficies, los comercios y sobretodo, lo más terrible, para llevarse a unos cuantos. ¿Cuántas mujeres y hombres han muerto, ancianas/os en su mayoría, por este pequeño estornudo de la naturaleza? He perdido la cuenta, pero la última vez que encendí el televisor, hace unos diez días, la suma ascendía a unos 300.000 decesos y unos 5 millones de contagios a nivel mundial, y me temo que no va a detenerse aquí, ahora se moverá por otras latitudes. Vienen África, Latinoamérica…

Están tratando de inventar, a toda prisa, una vacuna contra el virus. Esto ya se pretendió con otras pandemias, y las pandemias vuelven, cada vez de forma más recurrente y agresiva. Resulta estúpido andar siempre en pos de las consecuencias de la cosa, pero eso hacemos una y otra vez, olvidando la causa, la raíz. Hay una cancomitancia indudable entre el índice de globalización, industrialización y capitalismo caníbal, y el número de pandemias. En lo que va de siglo hemos sufrido ya cuatro o cinco. En los anteriores 2000 años, ¿cuántas pandemias asolaron la tierra? Que yo pueda recordar, a nivel mundial, y tengo que agitar mi cabeza para recordar los viejos manuales de historia, no más de tres o cuatro. Hasta un ciego podría verlo… La tubería está obturada, no da más. El verdadero virus somos nosotros, la raza humana enceguecida por los cachivaches electrónicos y con los auriculares puestos se encamina feliz hacia el desfiladero. Allí abajo sólo se encuentra el abismo. Más guerra por territorios, guerra por agua, guerra por escabullirse de la abrasión solar… Más miseria y calamidades, más devastación, más aniquilación. Según reportan los científicos y ambientalistas que se han detenido a estudiar el asunto, para el año 2050, de seguir con estos niveles de consumo, el nivel de las aguas, de los océanos, subirá hasta anegar ciudades enteras, tal vez países, tal vez devore parte de algunos continentes. Aquí, en la petita Catalunya, tenemos un delta donde desemboca el río Ebro, éste formidable delta fue barrido por las crecidas otoñales hace apenas unos meses y sólo ahora los campesinos empiezan a recuperar sus arrozales y cultivos.

De la misma manera que un organismo unicelular evoluciona sabiamente, sin seguir ningún manual del usuario, hasta convertirse en un crustáceo, un pez, un reptil, un cuadrúpedo, un primate, un humano… Fácilmente la Naturaleza puede desandar sus pasos. Otros grandes primates quedaron en el camino, y sólo una línea de estos evolucionó hasta convertirse en lo que somos. Poniendo atención únicamente en este hecho, ¿quien puede dudar de que la Naturaleza contiene toda la sabiduría y su propio savoir faire?. La cultura mal entendida, la moral y de su mano el egotismo nos han hecho perder el contacto con nuestra esencia, la esencia animal, la naturaleza que somos. El perro, en su consciencia limitada, si advierte el olor del humo, olisquea en derredor, pone la cola tiesa y toma la dirección contraria. Nosotros los humanos, aún poseyendo una capacidad de tomar consciencia mayor que cualquier otro ser vivo, hemos decidido enterrarla en un bonito panteón y nos dirigimos cantando nuestras cancioncillas políticas de frente hacia el incendio.

Preferimos seguir con la arena en los ojos, preferimos el espectáculo del esférico, preferimos comer compulsivamente aún sin tener hambre, preferimos una pastilla para cada cosa; una para cagar, otra para dormir, otra para mantenernos despiertos, otra para follar, otra para mantenernos en pie y otra para ver elefantes rosados cuando ya no soportamos más la realidad en la que vivimos. Tenemos que cambiar de carro cada cuatro o cinco años porque este ya no tiene Wifi, necesitamos ropa nueva porque con ésta de la temporada pasada ¿a quién vamos a impresionar?, necesitamos el último modelo de teléfono Apple o Iphone o comosellame, aunque con esto condenemos a toda África al expolio de sus minerales, necesitamos una casa más grande, más bonita, más rosada… Necesitamos fortalecer la burbuja de bienestar en la que vivimos, sin advertir que la burbuja que creamos para protegernos es la misma que nos va a asfixiar y a aprisionar.

En definitiva, si seguimos prestando atención a los caprichos de nuestra mente olvidando nuestra esencia, no vamos a recabar en que ella es un monstruo insaciable, la mente siempre quiere más y más, y cuando consigue esto ya está pensando en el siguiente objetivo tras el que ir a la caza. Ahora los engranajes del mundo se han detenido y no es casualidad. Tenemos la oportunidad de detener el carro y pararnos en cualquier apeadero a reflexionar y tomar consciencia de Qué somos, olvidando un poquito el Quién. Porque todos somos la misma cosa, la misma esencia y provenimos del mismo terrucho de arena. Excepto uno, él de ninguna manera puede ser lo mismo, y resulta urgente sacarlo a rastras de la poltrona que ocupa en la Blanquecina Casa y sentar allí a una ardilla, una nutria o un chimpancé. Ni siquiera poner a los mandos de la humanidad a los micro-organismos que pueden encontrarse en un cerote de caballo sería tan perjudicial para nosotras/os y el planeta.

Escupitajo vírico 2

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Educación institucionalizada 2

Estuve algunos años en la universidad Autónoma de Barcelona, presuntamente estaba allí para estudiar la carrera de abogacía. ¿Cómo llegué allí siendo yo, desde mi infancia, un antinomista instintivo? Creo que en eso tuvo algo que ver la sociedad y sus exigencias. A pesar de todo, fueron unos años hermosos, llenos de luz y florecimiento. A lo largo de tres años aprobé únicamente la asignatura de derecho constitucional, y tuve que usar el ingenio para ello. El día antes del examen – recuerdo – me dirigí a una imprenta y le pedí al empleado que con una guillotina seccionara los márgenes del manual de derecho constitucional, de manera que aquel libro quedó reducido a un tamaño casi de bolsillo, perfecto para abrirlo durante el examen y trasladar al papel todas aquellas estupideces que allí estaban escritas. El resto de compañeras y compañeros hicieron lo mismo, sólo que ellos tuvieron que seccionar su Tiempo para meter toda aquella basura en sus cabezas y vomitarla luego en el papel. Pasados dos meses, en Agosto, ninguno de nosotros/as recordaba nada de lo que decía aquél manual. Hay una enorme diferencia entre memorizar y comprender, y allí no se fomentaba la comprensión, sino un trabajo semejante al que realizan los caballos de carreras. Por otro lado, aquellos tres años de universidad fueron maravillosos; me dedicaba todo el tiempo a deambular por los jardines leyendo a Herman Hesse, a Kerouac, a Miller…, a tocar el bong o los timbales sentado entre un corro de gente, charlando de la vida, o nos íbamos a cortar la autopista en protesta contra la guerra de Irak. Había una chica, Silvia, mi primer amor verdadero, y también dediqué aquellos años a escribirle mil poemas y letras de canción, y a hacer el amor en los baños de la facultad de derecho. Fueron años llenos de plenitud y dicha que de vez en cuando, tanto tiempo después, aun aparecen en mis mejores sueños. Esta perspectiva, claro está, fue radicalmente distinta a la que observaron mis padres cuando descubrieron que había estado allí tumbado tomando el sol y viendo correr el pequeño riachuelo. Ellos habían pagado la matrícula y mi manutención; se sintieron estafados y de una u otra manera acabé doblando hierros en la forja de mi padre. Me sentí culpable entonces, pero poco después descubrí que quien había sido estafado fui yo. La sociedad, y mis padres forman parte de ella, nunca se acercaron lo suficiente a mi esencia como para comprender mi naturaleza, y la realización viene siempre a través de la propia naturaleza, no de la idea que tiene preparada para uno la sociedad. En aquellos días pululaba por allí, por los jardines aledaños a la plaza cívica, un tipo sumamente interesante que enseguida llamó mi atención y pronto nos hicimos colegas. Él era un hindú excepcionalmente peculiar, estaba matriculado en la facultad de filosofía. Según me confesó un día, mientras tomábamos el té sobre las briznas de hierba, a su juicio, toda la filosofía de Occidente era una estupidez, una serie de especulaciones que a su modo de ver, conducían al hombre y a la mujer a callejones sin salida, a pequeñas comprensiones que abarcaban siempre una parte de la esencia humana, pero nunca el Todo. Solía explicarme que todos estos escolásticos de Kant, de Aristóteles, o de Nieszche, se equivocaban en su enfoque desde el mismo punto de partida, desde la base, desde la raíz: intentaban dar una explicación al mundo y sus problemas buscando en el exterior, en la sociedad, en los dioses, en el hombre o la mujer como individuos aislados, mientras en Oriente – decía – el viaje que conducía a las respuestas era un viaje siempre hacia el interior, hacia la esencia, hacia el núcleo de la vida. Para argüir esto, cuando yo le cuestionaba, soltaba un argumento tan sólido como un bloque de cemento: ninguno de estos filósofos había alcanzado la felicidad, muchos se suicidaron, otros acabaron maniatados entre las paredes del manicomio, y los menos infelices, desperdiciaron su vida encerrados en un cuartucho desarrollando sus teorías mientras el sol lucía esplendente ahí fuera. Muchas veces me pregunté qué hacía un tipo como aquél estudiando las ideas de hombres que repudiaba. Cierto día lo vi sentado en un banco con un libro de Aristóteles entre las manos. Cuando me acerqué observé en su rostro un misterioso fenómeno: la mueca de su boca esbozaba una especie de media sonrisa, pero cuando miré en sus ojos pude ver una profunda tristeza; su rostro entero reflejaba esa clase de sentimiento que se tiene cuando uno se siente defraudado y a la vez alegre por haber llegado a puerto, a algún tipo de comprensión trascendental. Entonces comprendí toda la cosa: el tipo estudiaba filosofía justamente para aniquilar, para desembarazarse de toda la filosofía con que la sociedad, muy sucintamente, le había hecho tragar. Quería hacer brotar en su interior una especie de Jack El Destripador que seccionara todo aquél aprendizaje forzado, punto por punto, desde Aristóteles a Spengler, pasando por Kant, Schopenhauer y el resto. Recuerdo que sólo otorgaba cierta validez a las ideas de Diógenes, Epicuro, Aristipo de Cirene, Sócrates y algún otro perro viejo. Después de aquél día, no volví a ver a Kiran. Llegué a la conclusión de que ya había tenido suficiente y sencillamente se esfumó. Fue él quién en mitad de nuestras charlas infinitas me contó esta historia…

Es la historia de cierto abogado que se convirtió en el mejor notario de Austria. Pongamos que el tipo se llamaba Maximilian Sprenger, pues no recuerdo su nombre real. Él había estudiado en la universidad de Innsbruck, una de las más antiguas y prestigiosas del país. Tras una ardua preparación y pingüe experiencia en pleitos y signaturas, se fue haciendo una gran reputación, hasta que un día fue nombrado presidente de la Sociedad Nacional de Notarios. El día de su nombramiento hubo una gran celebración en su honor, allí acudieron todos sus colegas de profesión y decenas de admiradores de su trabajo. Pero durante la celebración, él estaba triste. Entonces un amigo, advirtiendo su estado de ánimo alicaído, se le acercó y le preguntó:

– ¿Por qué pareces tan triste…? Deberías ser el hombre más feliz de la tierra…, te has convertido en el mejor notario y nadie puede hacerte la competencia… El mayor honor para un notario es convertirse en presidente de la Sociedad Nacional, ¿porque estás tan triste?

A lo que Maximilian, con el rostro afligido, contestó:

– Nunca quise ser notario. He triunfado en algo que nunca quise, y ahora no sé cómo escapar de ello. Si hubiese sido un fracasado tendría una oportunidad, pero ahora no tengo escapatoria posible – replicó –

– Debes estar de broma, – dijo su amigo – pero… ¿qué estás diciendo?. Tu familia es feliz, tu esposa es feliz, tus hijos son felices, todo el mundo está encantado y todos te respetan.

El notario respondió:

– Pero yo no puedo respetarme a mi mismo, y eso es lo principal. Yo quería ser pintor, pero mis padres no me lo permitieron y tuve que obedecerlos, fui un cobarde, y ahora no me hace feliz ser el mejor notario. Soy desgraciado porque soy el peor pintor del país. No sé pintar, y ese es el problema.

Educación institucionalizada 4

Epicuro

Publicado: mayo 28, 2020 en Desaprender - Conciencia
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Resulta que Epicuro tenía un jardín cerca de Atenas. También él era un hombre muy singular, como Chuang Tzu, no creía en dios*, ni en nada, porque creer puede convertirse en un desatino, sólo los despistados creen, un hombre de entendimiento tiene fe, no creencias. La fe es diferente, fe significa confiar en la Vida, confiar de manera tan absoluta que se está dispuesto a ir con ella a cualquier parte.

Epicuro tenía un pequeño jardín donde vivía con sus discípulos. La gente lo consideraba un ateo, un inmoral, no creía en dios, ni en las escrituras, ni en ningún templo, era ateo aunque no tenía nada, aunque eran todos muy pobres.

El rey oyó hablar de ellos y quiso ver cómo vivían, cómo podían ser felices sin creencias. Si uno no puede ser feliz ni siquiera creyendo en dios, ¿cómo es posible que esa gente sea feliz sin dios?.

Así que una noche fue a visitar el jardín de Epicuro.

Lo que vio le sorprendió, le asombró, se trataba de un milagro… No tenían de nada, casi nada, pero vivían como emperadores, como dioses, toda su vida era una celebración, cuando iban al torrente para tomar su baño, no se trataba simplemente de un baño, era una danza con el río, era sintonizar con el río, cantaban y bailaban, nadaban y saltaban y se sumergían en sus aguas. Sus comidas eran celebraciones, fiestas, y eso que no tenían nada, sólo pan y sal, ni siquiera mantequilla, pero estaban tan agradecidos que Ser les era suficiente, no era necesario nada más. El emperador se sintió muy impresionado y le preguntó a Epicuro:

– La próxima vez que venga por aquí me gustaría traer algunos regalos, ¿qué os gustaría?

– Dadnos tiempo para pensar, nunca creímos que nadie pudiera regalarnos nada, y ya contamos con tantos presentes de la Naturaleza. Pero si insistís, entonces traed un poco de mantequilla. Nada más, eso bastará – respondió Epicuro -.

 

 

* Para Epicuro dios era la naturaleza, la naturaleza de las cosas, de los seres, de la Vida. Lo que Chuang Tzu y otros han llamado Tao, aunque la palabra Tao es sólo lenguaje, tan necesario para la comunicación, pero tan restringente. Podría llamarse perfectamente Vida, Amor o sencillamente Blablummajumtirorí…

* Esta es una historia recogida de un libro cuyo autor, ha sido tan defenestado por las religiones organizadas, que se han encargado de matar a dios, por la moral y la cultura predominantes, que anomino su nombre. Un nombre tan contaminado por Occidente que no vale la pena citarlo aquí, crearía cortocircuitos en vuestras cabezas. A este hombre lo mataron los moralistas como a tantos otros que traían un mensaje interesante, como a Jesús, como a Sócrates, como a Galileo o como a John Lennon.

 

 

 

 

chuang tzu pescando 2

 

                                                                   La tortuga

Chuang tzu pescaba con su caña en el río Pu. El príncipe de ch´u le envío dos vicecancilleres con un importante documento:

– “Por la presente, os nombro primer ministro”.

Chuang Tzu siguió sosteniendo su caña de bambú y sin levantar la mirada del río Pu, dijo:

– He oído decir que hay una tortuga sagrada que fue ofrecida y canonizada hace tres mil años, que es venerada por el príncipe y se halla envuelta en paños de seda, guardada en un precioso sanitario en un altar en el templo. ¿Qué creéis, es mejor morir dejando un caparazón como objeto de veneración envuelto en una nube de incienso durante tres mil años, o vivir como una simple tortuga arrastrando la cola por el fango?

Para la tortuga, – dijo el vicecanciller – ha sido mejor vivir arrastrando la cola por el fango.

Volved a casa, pues. – dijo Chuang Tzu – Dejad que arrastre la cola por el fango.

 

 

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He oído que en una ocasión, un vagabundo, un mendigo, paró a un hombre rico y le pidió una moneda para tomarse un café. El hombre rico le dijo:

– Da la impresión de que estás sano, ¿Porque desperdicias así tu vida? ¿Porque no te pones a trabajar, y así podrás echarte una mano tu mismo?

– ¿Qué? ¿Ayudar a un vagabundo como yo? – dijo el mendigo con una mirada condenatoria –

Dice Lao Tse: “Si te vuelves demasiado útil para la sociedad, serás explotado por ella”

 

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Ya debéis conocer esta historia…

En una ocasión una rana del Océano llegó frente a un pozo y saltó a su interior. Allí se encontró con una rana, la rana del pozo, e hicieron amistad. Esta rana le preguntó:

– ¿De dónde vienes?

– Del Océano

– ¿Es más grande que este pozo? – preguntó la rana del pozo con la mirada cargada de sospecha…-

¿Cómo podría haber algo más grande que este pozo donde vivía? La rana Oceánica se rió y dijo:

– Es difícil decirlo porque no tengo con qué medirlo.

– Te daré alguna medida a ver si puedes… -dijo la rana del pozo-

Saltó un cuarto del pozo y otro cuarto a través y preguntó:

– ¿Es así de grande?

– No -dijo riendo la rana Oceánica…-

Saltó la mitad del pozo y preguntó:

– ¿Es así de grande?

– No -volvió a decir la otra rana-

Entonces saltó todo el pozo, entero, y dijo:

– Ahora no puedes decir que no.

– Puede que te sientas herida, y no quiero resultar ofensiva, pero la respuesta sigue siendo no -respondió la rana del Océano-

– ¡Lárgate de aquí, mentirosa! ¡No hay nada más grande que este pozo! No vas a engañarme… debes haber pensado que me engañarías, no puedo creer algo tan absurdo. ¿Cómo va a existir algo más grande que este pozo?

El dios del Océano le contestó ¿Puedes explicarle el mar a una rana que vive en un pozo? ¿O explicarle lo que es el hielo a una libélula estival?

 

Dice Lao Tsé: “La verdad no puede decirse. Y lo que puede decirse no puede ser verdad”

Dice Allan Watts: “El menú no es la comida”