El orden lineal ha sido acuchillado. Todas las superestructuras se desmoronan sobre el pavimento. La ilusión aniquilada. El regreso a la tierra natal ha dejado de cobrar sentido, Europa no es sino la misma prisión; El hombre. Los veinte gramos que separan lo vivo de lo muerto son una medida inexistente.
En el forcejeo sentimos el placer y el dolor. Lady Tukuman brilla a la par que se desgarra la matriz con un fluorescente de tres palmos. Quiere marchar y quedarse a un tiempo. Pero no hay nada para lo que quedarse ni nada por lo que partir. Los visionarios han resultado un fraude. Los grandes hombres de nuestro tiempo y de tiempos pasados nos han querido alimentar pero el aire no es suficiente. Con el paso del tiempo el gargajo vuelve una y otra vez a la boca. Nada más allá. El redentor está pelando ovejas; se acaban las mejillas a las que ofrecer al puño. La vasija colmada del aquí y ahora metafísico; el limón que hay que exprimir hasta pelarnos la mano, el instante presente como acto último, un embuste para necios. Puedes chutarte Riumbaud o lo que sea. Puedes comer una por una las páginas del más sabio de los manuscritos de todos los tiempos o puedes rasgarlos como hizo André Bretón. Puedes intentarlo tumbándote cómodamente en el diván; escucha al Dr. Froid o a Lacán en persona, cuéntales que necesitas meneártela con un billete de quinientos pavos empapado en tinta de calamar. Eso no va a salvarte. Trata de ir a un teatro o incéndialo. Arréglate un grupo de Rock & Roll, salta una y otra vez como una chinche. Reencarnarte en el nuevo Jagger; podrías joderte tantas adolescentes como quepan en un transatlántico, y nada cambiaría. La desesperación ha tomado el timón; siempre lo sostuvo. La bomba de achique funciona una o dos veces, luego queda atorada por la reiterancia. Los anfibios que fuimos se desecan en Polinesia. El Gliptodonte ha enfermado de su propia conciencia, va dando bandazos con movimiento torpe y lunático, sus músculos emanan ácido prúsico y se deshacen, sus mandíbulas castañean con espasmos epilépticos; el cáncer del Gliptodonte es el propio Gliptodonte. La solución para el axioma es que no hay axioma. Lo cierto es que únicamente; nada.
Priscilla trae la Buena Nueva; Los cráneos ya están reventando. Me cuenta que ha encontrado por fin el gusano que buscaba para sus poemas. Estaba en el fondo de una botella de Mescal. Asegura que las aceitunas salen más saladas que nunca y las naranjas más dulces. Ha ido al epiceno Buenos Aires, ha subido cantando “ Un cigarrillo para las amapolas” por la calle George Newbery. En un soportal se ha quedado clavada mirando. Había allí un picaporte muy bien bruñido que podía servir de herradura para el caballo Minoico que viene formando a base de trastos. Se las ha arreglado para extraerlo. Me enseña su nuevo picaporte para que le dé mi opinión. < Es un picaporte excelente> La verdad es que la pieza brilla como el oro. Por lo demás es un picaporte con forma de asa muy común pero Priscilla está del mejor humor por el nuevo hallazgo. En Palermo se ha parado a beber de una fuente y un granujilla que andaba por ahí jugando balón junto con otros le ha pellizcado el culo y se ha echado a correr mientras los otros le espoleaban. Ella se ha vuelto y se ha sonreído. < Pendejo >; va y le dice, luego se saca la zapatilla y se la muestra. Los chavales ni media. Eso le ha recordado que no ha podido conseguir unas buenas elásticas. < Éstas están como el coche de los pica-piedra. Cualquier día voy a cortarme. Además he visto unas muy Kitch en el rastro de San Isidro. Creo que iré el fin de semana >. Camina un par de manzanas hasta la place y busca la boca. Es una pena que haya tenido que entrar porque < Es un día de sol y se me iba a cortar la mayonesa> Entra en el Subte de plaza Italia. Ir al Subte es entrar en el crematorio, para Priscilla. Todo ese galimatías de vagonetas y cuerdas de presos, una antesala a la demencia común. Todos esos hombres y mujeres tensos como raíces, todos inquietos tratando de no mirarse, una urdimbre ensalada que barrunta clases, sexos y razas; todos salen de la centrifugadora con gran inmanencia. Una generación de epilépticos potenciales, la generación de los Tic´s. En realidad hay algo estrafalario en ese asunto. Cincuenta años atrás podías subir a la grupa de un asno y viajar tan apacible, contemplándolo todo. Espacio y tiempo, la noción de arbustos en ciernes sacudidos por un leve Poniente, el cielo acobaltado, el silbato de un vapor en alguna parte, el sonido hueco de pezuñas en el asfalto, deteniéndose el animal, la calidez humeante de un enorme cerote; proseguir después de un rebuzno y en punta las orejas. ¡Arre!. Ahora hay que pasar por la centrifugadora, toda la prisa del mundo contenida en las entrañas. Luego gira el bastidor y se levanta la barrera; los jabalíes enloquecidos salen a campo abierto a por sus bellotas. Priscilla cierra los ojos como un Gandhi cuando viaja en las vagonetas de la funeraria. La lunatiza andar por túneles a oscuras.
Compartimos un yuyo bien fresco. Estamos sentados sobre el antepecho de una ventana de la sastrería El Cocodrilo, en San Telmo. El sol pega con furia en los edificios de enfrente. Una cuadrilla de palomas urbanas juegan Dominó; están desocupadas por la crisis. Todos igual. Una mueve con agitación el ala derecha, luego pone el ojete en pompa y lo hace oscilar hacia los lados; ha ganado la partida. Ahora todas tendrán que sumar sus migajas e invitarla a un Coñac. Priscilla sonríe, por dentro hace cábalas para uno de sus poemas negros. Estará pensando en qué pensaría Apollinaire o Alfonsina Storni de todo este vívido espectáculo que camina ante nosotros; los nenes empujando a duras penas las enormes carretillas repletas de cartones, el hombre que manipula un Solideo sobre la mesa de mármol de un café, gotas de pintura de colores sobre el marco gris de la calle en el bailar de faldas de esas mujeres que atraviesan , el rostro encendido de una vieja que discute con nadie, el pobre diablo amputado tirado en la esquina, la sangre que corre invisible calle abajo llevando consigo el pesar humano, cientos de sandías abiertas y esparcidas por el suelo; un verdadero cementerio.
* Texto extraído de mi libro «Gliptodonte», de próxima aparición.
* Laszlo García se reserva los derechos de autor de este texto.